Me cuentan que es la ciudad más bonita de México; me lo puedo llegar a creer, aunque todavía tengo pocas referencias, pues estoy recién llegada al país. Horacio, nuestro guía que posee más vocación pedagógica que de relator, nos informa que San Miguel de Allende ha sido recientemente galardonada por la revista «Condé Nast Traveler» con el título de ciudad más bella del mundo, ganando por goleada a París, San Sebastián, Florencia y Viena. ¡Ahí lo dejo!, quiero comprobar si es cierto.
San Miguel de Allende, la reina de la belleza de México
Descubro San Miguel de Allende una mañana de junio de 2018. Miro el reloj extrañada. No marca ninguna hora, porque, según iré descubriendo en mi paseo, esta ciudad es colonial, histórica, eterna, también chiquita pues apenas sobrepasa los 160.000 habitantes.
Sin esfuerzo, imagino la llegada de las primeras cincuenta familias españolas, intrépidos vascos y riojanos: ―«¡Cuidado malandrín, con ese arcón!, si se te cae mi porcelana, te ato a la picota».
Veo también volar al viento las raídas capas de esos empobrecidos hidalgos, convertidos ahora en prohombres de la ciudad; quienes se establecerán en casas solariegas de anchos muros y floridos blasones, por supuesto ubicadas en las mejores calles, como la casa de Don Manuel Tomás de la Canal cuyo puerta es una obra de arte, donde mi vanidad me obliga a detenerme para hacerme una foto.
A lo lejos escucho las voces de tambores chichimecas, tarascos y otomíes. Horacio nos revela que las tribus indígenas no eran tan idílicas como la versión oficial que se ensañaba en la escuela.
―Eran semisalvajes ―me confiesa en un aparte―, y a la menor provocación entraban en guerra: por una mujer bella, una cueva, un territorio de caza… En fin, no eran pueblos cohesionados. Cada uno tenía sus propias costumbres, lenguas y dioses. Sin embargo, compartían un enemigo común: los temibles aztecas, que sacrificaban anualmente a más de veinte mil almas para contentar a sus dioses.
Entorno los ojos y creo descubrir a la joven Soona’, quien en el fragor de la batalla consigue escapar a gatas, camuflada por el humo de su cabaña, que arde en triste pira. En sus brazos lleva un bebé de pocos meses, que se remueve inquieto. Soona’ le tapa la boca y le ofrece su generoso pecho.
―No, mi amor, ahora no puedes llorar, calla, calla.
Soona’ corre desnuda con la mirada puesta en la cueva del risco. Si llega a ella estará salvada. Pero no tiene suerte. Antes de la última bajada, siente unas zarpas ásperas que le agarran del pelo y la derriban. Lo último que percibe es una melena negra que le tapa el rostro y el llanto desgarrado de su bebé. Después todo se vuelve oscuro.
Me sorprendo ante la violencia de aquellas tribus, sin que ello me impida reconocer que son los herederos legítimos de sus tierras preñadas de oro, plata, turquesas, cuarzos…
Pero sobre todo me remueven las entrañas la mezquindad de mis ancestros españoles; aquellos que se auto-denominaban civilizados: marineros, aventureros, hidalgos sin fortuna o simplemente soñadores, que quemaron sus naves en favor de una nueva vida en un paraíso de promesas doradas, a las que no iban a renunciar.
Puedo ver en sus ojos la codicia disimulada proclamando a golpe de espada y cruz una única «potestad»: la de la Iglesia y la de un Emperador glorioso en cuyos dominios jamás se ponía el sol.
Patrimonio de la Humanidad
¿Te imaginas sentir estas historias simplemente paseando por las calles de San Miguel de Allende? Esto es lo que ocurre y, en agradecimiento a la preservación de esta memoria histórica, la Unesco la declaró en 2008 Patrimonio Cultural de la Humanidad. «Te lo mereces», pienso, mientras sigo descubriendo sus secretos.
Las fachadas de las calles lucen ocres, rojizos y amables tonos pastel. Las calles empinadas son difíciles de andar. No hagas como yo, que por presumida, calcé sandalias de cuña, poniendo en riego mis tobillos. Ven con zapato plano, cómodo, que te permita subir y bajar sus empinadas cuestas de adoquines redondeados, por cierto resbaladizos.
Lleva también la cámara en mano, porque cada rincón te regalará una foto, no solo de arquitectura, sino de escenas costumbristas que te atraparán como la de ese vendedor de sombreros. ¡Míralo, míralo, portando sobre su cabeza más de cincuenta ejemplares en precario equilibrio! Y los vendedores de globos, exhibiendo chillonas formas aéreas que harán felices a los niños del lugar; o los elegantes padres con sus rollizos bebés escondidos en arrullos y faldones de fiesta. Los acaban de bautizar en una ceremonia comunitaria y posan orgullosos en las escalinatas de la Iglesia Mayor; o la vendedora indígena que expone su colección de muñecas de trapo hechas a mano. Se ha quedado dormida sobre su puesto. ¡Y es que hace un calor tan pegajoso! Sin embargo, ¡cuidado!, porque abrirá inmediatamente el ojo si te acercas en exceso a sus mercancías…
Maravilloso San Miguel de Allende, atemporal, bohemio y artístico.
Un collage indígena, español y también americano, porque un 10% de la población ahora es gringa, me comenta el guía. Ellos son los que están acometiendo las grandes inversiones, las rehabilitaciones de casas, las nuevas galerías comerciales… y, ¡gracias a Dios!, están preservando el sabor local.
Ruta de la Independencia
Descubro que San Miguel de Allende forma parte de la Ruta de la Independencia, un conjunto de pueblos unidos por su vinculación al movimiento separatista. Uno de los artífices principales, Don Ignacio Jose de Allende, nació aquí y en deferencia a este hijo predilecto, San Miguel cambió su apellido de «el grande» por el de «Allende».
Hago mi primera parada en la Parroquia de San Miguel Arcángel, que se ha convertido en un icono indiscutible de la ciudad.
―¿A qué te recuerda?, me pregunta Horacio, el guía.
― Pues a una iglesia gótica, le digo tímida intentando no parecer una europea prepotente.
―Efectivamente me contesta mientras me da la explicación. ―«La iglesia se re-construyó inspirándose en una antigua postal de un templo gótico de Alemania ¿Te imaginas a ese cantero Zeferino Gutiérrez, dando órdenes a los obreros mientras copiaba el modelo de un viejo daguerrotipo color sepia?».
En el interior de la iglesia, hacemos una pequeña parada ante el Cristo de la Conquista. ¿Qué tiene de especial?, pregunto. Pues técnicamente que está realizado con materiales no nobles, al más puro estilo indígena: cañas de maíz recubiertas de estuco y pasta de orquídea, lo que la convierte en una escultura ultra-ligera.
Pero lo realmente importante, es que fue el Cristo que conquistó el corazón de los indígenas y que aún hoy despierta fervorosa devoción. En su honor, cada primer viernes de marzo, se celebran las festividades conmemorativas de su llegada al Nuevo Continente,
Para esta singular ocasión los indígenas de las distintas comunidades se presentan en San Miguel de Allende vistiendo sus mejores plumas y trajes tradicionales. Justo el Viernes Santo, día de la muerte de Cristo, se acercan al atrio de la iglesia y depositan en él ofrendas de panes y flores dejándolo convertido en un colorido tapiz. . Después bailan una danza ancestral, «tum, tum, tum, tum»… que los hace entrar en trance, que les permite sublimar su yo más mundano y fundirse con lo inefable, con lo divino, con su Señor de la Conquista.
Me arrodillo ante este Cristo que con su humildad hecha de cañas y estuco, también me ha conquistado el corazón.
Salgo de la iglesia y me encuentro de cara con la estatua del mallorquín Fray Juan de San Miguel, el franciscano descalzo que en 1542 fundó este pueblito, al que inicialmente bautizó como Izquinapan que significa «Río de Perros», pues por aquel entonces el villorrio sufría por el abastecimiento de agua.
Lo miro a los ojos y me confiesa que en realidad él no quería quedarse en México.
―Yo creía que Dios me mandaba la encomienda de evangelizar la China, pero, ya ves, la nave se hundió antes de salir de puerto y me quedé varado en este país. Cosas de la providencia.
Me despido:
―Lo siento, Fray Juan, pero todavía tengo una larga lista de cosas por descubrir en San Miguel de Allende…
Sigo paseando hipnotizada por esta ciudad que es incluso se hace más hermosa a medida que cae la tarde.
Cuando se pone el sol, únicamente me resta despedirme con los honores que la ciudad se merece:
―Me inclino ante ti San Miguel de Allende, justa Reina de la belleza no sólo de México sino del mundo entero.
MIS IMPRESCINDIBLES EN SAN MIGUEL DE ALLENDE:
Si tienes un día en San Miguel de Allende, estos son mis imprescindibles:
- Iglesia de San Miguel
- Casa de Don Manuel Tomas de la Canal
- Callejear, callejear y callejear… sin rumbo, sin mirar el reloj, por el simple placer de andar y de impregnarte con la esencia colonial de San Miguel de Allende.
- Visitar la Casa Museo de Ignacio Allende, y rendir un pequeño homenaje al oficial mexicano que dejó el ejército español para apoyar al Cura Hidalgo y liderar los primeros pasos del movimiento independentista.
- Admirar la fachada churrigueresca, exquisita delicia del barroco mexicano del Templo de San Francisco
- Encontrar la campana más antigua de San Miguel en la Iglesia de la Salud.
- Volverte loco/a en el mercado de artesanía de San Miguel, uno de los más interesantes de todo Guanajuato donde podrás adquirir juguetes y lámparas de latón, cerámica mayólica, muñecas adelitas, catrinas, caminos de mesa bordados…El mercado abarca tres manzanas, rellenas de la misma tentación que debió usar la serpiente con Eva. No te resistas y dale un buen bocado pues es uno de los mercados donde encontrarás mejor artesanía.
- Comer en el Mercado Centro un espacio gourmet muy «cool» donde tendrás que decidirte por alguno de los 27 atractivos locales dedicados al buen yantar y al buen beber o en el DÔCE 18 CONCEPT HOUSE, un espacio fusión entre la arquitectura colonial y la vanguardista, ubicada en la icónica Casa Cohen, donde se agrupan diferentes comercios de moda, diseño y gastronomía.
- Visitar el antiguo Convento de las Hermanas de la Concepción, reconvertido en Escuela de Bellas Artes y llamado desde 1962: Centro Cultural Ignacio Ramirez el nigromante; actualmente es sede de múltiples exposiciones, conciertos, festivales y encuentros de artistas y escritores. No dejes de ver su claustro y sus impresionantes murales obra de Alfaro Siqueiros.
- ¡Para esto no hay excusa! tienes que reservar al menos una hora para visitar el Templo de Jesús el Nazareno en Atotonilco, considerado la Capilla Sixtina de México. Se trata de un centro espiritual e inspiracional para muchos mejicanos pues justo aquí el Padre Hidalgo tomó la imagen de la Virgen de Guadalupe convirtiéndola en estandarte del nuevo ejército independentista. Junto con San Miguel de Allende, este templo ha sido declarado Patrimonio Cultural por la Unesco. Muchos mejicanos lo consideran tanto Santuario de Dios como Santuario de la Patria. Además de su simbolismo histórico, tiene un gran interés artístico. Fíjate en sus paredes y techos totalmente cubiertos de pinturas como en el Vaticano, pero en este caso con un estilo un estilo llamado barroco popular mexicano de gran cromatismo y una cierta candidez expresiva.
- Tomarte un helado de sabor extravagante. Yo probé el «chamoy» , una salsa mexicana hecha a base de fruta deshidratada, chile, elote, sal, azúcar, vinagre y agua, de sabor entre dulce, picante y ácido al mismo tiempo. ¡Riquísimo!.
- Hospedarte en un hotel boutique. Nosotros nos quedamos en “La puertecita”: http://www.lapuertecita.com. El hotel resulta encantador y su decoración y jardines te envuelven en una atmósfera colonial la mar de evocadora.
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