«Cómo se puede querer dos ciudades a la vez y no estar loco….», necesito acudir a Machín para entender lo que me ocurre, pues si San Miguel de Allende me ha gustado, Guanajuato me ha tocado el alma.
La ciudad de apenas 185.000 habitantes, está llena de planes que cautivan mi atención los dos días que dura a mi estancia; pernoctación mínima que recomiendo para este magnífico destino.
Si tuviera que resumir en un titular la esencia de Guanajuato diría que es una ciudad de contraste que concilia a la perfección los opuestos. Y es que los atractivos de Guanajuato vienen a pares, por eso te anticipo que si el destino te atrapa (cosa que no dudo), lo hará por partida doble.
Estas son las duplas que en mi opinión convierten a Guanajuato capital en destino turístico por excelencia: {CIUDAD ATRACTIVA EN SUPERFICIE Y BAJO TIERRA}, {CENTENARIA Y JOVEN AL MISMO TIEMPO}, {CUNA DE HÉROES Y HEROÍNAS}, {TIERRA DE MÚLTIPLES IDENTIDADES}, {CIUDAD DE VIDA Y DE MUERTE}.
DUALIDAD 1: ATRACTIVA EN SUPERFICIE Y BAJO TIERRA
Guanajuato no necesita maquillaje pues es genuinamente colonial. Tanto que de un día para otro, se podría rodar una película ambientada en los siglos XVI y XVII. Quizás este haya sido el principal motivo de mi fascinación pues como viajera valoro los destinos que preservan su identidad y no se dejan engullir por la globalización.
Precisamente por su idiosincrasia y legado cultural, en 1988 Guanajuato fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco.
¿Cuánto puedes tardar en enamorarte de Guanajuato? Si la observas desde el mirador panorámico del Pípila, quizás tan solo unos segundos. Desde ahí Guanajuato parece un Belén policromado orillado por estrechas callejuelas de sube y baja, baja y sube. No necesitarás brújula ni plano para orientarte. Lo mejor es que te permitas perderte por sus bohemias esquinas.
Guanajuato es color, color y más color. Gran parte de su encanto reside en sus casas arrejuntadas de brillantes morados, amarillos, rosas, naranjas, verdes… aunque no siempre fue así. Previamente a ser declarada Patrimonio de la Humanidad, la ciudad tenía un aspecto descuidado, como a medio terminar. Gracias a la sinergia colaborativa del Gobernador de la ciudad y a la Unesco, se decidió pintar de color el pueblo, decisión que ha conferido a Guanajuato una personalidad única y un sello de distinción con respecto a otros destinos mexicanos.
Para comenzar a descubrir la ciudad, te sugeriría te pasearas por las inmediaciones del Teatro Juárez y la Plaza de la Unión, el epicentro de Guanajuato.
El Teatro Juárez es un bellísimo edificio neoclásico de final del XIX, que está coronado por las 9 musas, hijas de Zeus y protectoras de las artes y ciencias. Si su fachada te parece bella a la luz del día, espera a verla de noche. Es entonces cuando sus escaleras majestuosamente iluminadas, se convierten en punto de encuentro de los universitarios que se reúnen después de las clases. Las chicas, morenas de ojos ligeramente achinados, toman asiento coquetas y muy arregladas a la espera de la chavalería, que revoloteará mendigando atención, una mirada cómplice o la promesa de un beso, que con suerte se sellará entrada la noche.
Guanajuato volverá a mostrarte su dualidad en la siguiente esquina con dos estatuas de diferente complexión. Una de ellas es «La Giganta» una andrógina de cuatro metros obra del escultor Jose Luis Cuevas, que por un lado representa un hombre y por el otro a una mujer con su prole en brazos. Salvador, nuestro guía me da una interpretación: ―yo pienso que es una reivindicación social contra el maltrato femenino, aunque quién sabe a ciencia cierta qué quiso reflejar el escultor. De cualquier forma, la gigante conjuga con gran maestría la dualidad sexual. ―Pero no te muevas todavía, me dice Salvador, y fíjate en su muslo derecho, donde verás camuflado el rostro de un hombre. ¿Será quizás la cara del agresor que se ha quedado metido en la piel de su víctima?
Con la pregunta sin resolver nos dirigimos a la siguiente estatua que representa a un pequeño tuno, que marca el inicio de la zona de influencia de las estudiantinas, la versión mexicana de las tunas castellanas.
Detrás del tuno se encuentra la imponente fachada rosa, rococó… de la Iglesia de San Diego y enfrente el frondoso Jardín Unión, un bello parque triangular bautizado por los lugareños como «la rebanada de queso», que está rodeado de cafés y restaurantes que invitan a la tertulia, el innegociable kiosquito donde se interpreta música y un espectacular topiario de fresnos (topiario es el arte referido a dar formas artísticas a las plantas).
Todo fluye y confluye en este centro neurálgico de Guanajuato, bullicioso y vibrante de día y de noche.
A partir de aquí mi consejo es que te permitas perderte por sus encantadoras calles como la calle Positos, la Plaza del Baratillo el callejón del Potrero, la Plaza de la Paz y el callejón del Beso (te recomiendo que pinches este enlace para descubrir su curiosa historia).
Toc, toc, toc… ¡La dualidad vuelve a llamar a la puerta! Aparte del indiscutible encanto de la superficie de Guanajuato, debajo se esconde otra ciudad, intra-terrena y misteriosa compuesta por más dae ocho kilómetros de enrevesados túneles abiertos a tráfico y público, que se han convertido en emblema de la ciudad. Los túneles se construyeron inicialmente para canalizar el agua ya que eran muy frecuentes las inundaciones. Hoy son un gran alivio que descongestiona de tráfico la superficie.
Otra interesante manera de continuar el viaje por las entrañas de Guanajuato es contratar un Tour de Minas. Yo realicé el circuito sobre un Quad, como co-pilota de Tabo, el dicharachero guía de la agencia Turismo Alternativo en Guanajuato con quien a la grupa cabalgué la Sierra de Santa Rosa, en una emocionante aventura que me permitió remontar cerros, trotar sobre pedregosos caminos, avistar ranchos, visitar pequeñas comunidades (como aquí denominan a los pueblitos mineros), hasta bajar a una mina.
El quad te lleva campo a través por un México semi-desértico donde prácticamente sólo se avistan polvorientos cerros, bajos matorrales y cansadas vacas que tumbadas mordisquean hierbas. Un escenario que me lleva a escuchar el «Mec Mec» del Correcaminos escapando del Coyote.
El circuito en quad viene a durar unas cuatro horas donde sólo hace falta protección solar, agua y cierta dosis de valentía para superar a cuatro ruedas escarpados desniveles y riscos. Además del chute adicional de adrenalina, el circuito te acerca a comunidades mineras, pueblitos casi fantasmas, reflejos semi-derruidos de un esplendoroso pasado vinculado a la Ruta de la Plata. En estas comunidades encontrarás tiendecitas de básico avituallamiento, vestigios caídos de las casas de los capataces y mineros, alguna que otra familia arraigada a esta tierra, iglesias que todavía celebran oficios, perros escuálidos y gallinas que picotean su árido suelo.
Estas comunidades son consideradas hoy en día como una mina de potencial turístico, que el gobierno está intentando promocionar a través de un Turismo de Experiencias, que me resulta tremendamente interesante.
DUALIDAD 2: CIUDAD CENTENARIA Y JOVEN A LA VEZ
La ciudad viene de lejos, aunque no tenga un origen pre-hispánico. Su fundación allá por el año 1546, acontece gracias a su sub-suelo sembrado de oro, piedras preciosas y sobre todo plata, que atrajo la inmediata atención de los conquistadores españoles. En pocos años Guanajuato pasó de villa a epicentro minero de la Nueva España.
Guanajuato es una ciudad fidelizada con la época colonial: calles empedradas con un trazado laberíntico, coquetas plazoletas con fuentes centrales para refrescar a los vecinos, barrocas iglesias de retorcidas columnas, casonas solariegas con escudo y patio de caballerizas, exuberantes jardines de perennes kiosquitos…
Sin embargo, no te dejes engatusar por esta cara de la moneda. ¡Dale la vuelta y déjate también sorprender por su reverso!, que te descubrirá una ciudad bulliciosa, universitaria y sobre todo joven. De hecho la Universidad de Guanajuato está considerada como una de las cinco más importantes de México. La Universidad es otro «punto foto» con su escalinata blanca, interminable, coronada por un escudo donde se lee la inspiradora frase de «la verdad os hará libres».
Oyes los compases de «cielito lindo»? Lo que suena es una estudiantina, agrupaciones musicales de jóvenes que cantando y entreteniendo a los turistas consiguen sacarse unos pesos para sufragar sus estudios o quizás, unos tragos de tequila.
Te encontrarás con las estudiantinas por todo el casco histórico, especialmente por los alrededores del Teatro Juárez. Son inconfundibles, vistiendo igual en inverno o verano, sus trajes de universitarios españoles del siglo XV compuestos por jubón, calzas, zapatos de hebilla y capas de terciopelo con cintas de colores.
Por supuesto que me apunto a una «callejonada», el nombre con que han bautizado a este circuito turístico romántico, pizpireto y encantador que tengo que confesar me pone el vello de punta. ¿Qué mujer no se enamora con una serenata aunque sea colectiva?
Los tunos me enseñan Guanajuato a la puesta del sol. Los vivos colores de las fachadas van languideciendo y adquiriendo matices pastel. Como el flautista de Hamelín, los turistas seguimos los acordes de «las cintas de mi capa, adiós Mariquita linda y de colores». Los músicos nos conducen por empinados callejones que nos hacen escapar largos «ohhhs y ahhhs», mientras nos relatan la historia de la ciudad.
Las estudiantinas de Guanajuato interpretan varios géneros que van desde el pasodoble, a canciones universitarias españolas hasta música romántica de autores consagrados como Jose Alfredo Jiménez o Juan Gabriel. Tocan la guitarra, la bandurria y la saltarina pandereta, aunque dependiendo de la estudiantina, en ocasiones también incorporan el violín, castañuelas o la flauta travesera.
Observo que la picaresca española ha cruzado el Atlántico. Los tunos, además de músicos, son animadores de primera. ¡Han detectado a su víctima!: ese ingenuo americano de sandalias y calcetines blancos al que sacarán al centro de la plaza para que repita un poema o tararee una canción con su acento guiri, lo que provocará la carcajada de la audiencia. Luego abordarán a dos parejas mexicanas a la que harán representar el drama de Don Carlos y Doña Ana, los amantes del Callejón del beso, la leyenda estrella de la ciudad. ¡Qué padre! Oigo exclamar a los turistas locales. Los demás aplaudiremos encantados por el desparpajo de los tunos tunantes, trovadores de cuna, que nos hacen reír, cantar y soñar. Después pasará la gorra, que tintineará repleta de pesos pues el público agradecido con la «callejonada», premiará el trabajo bien realizado.
Aunque esta tradición pudiera parecer centenaria, en realidad es bastante reciente. Fue importada de España en los años sesenta del siglo XX ¡Bendita ocurrencia que llena de comedia, magia y romanticismo las noches de Guanajuato!
DUALIDAD 3: CUNA DE HÉROES Y DE HEROÍNAS
En lo más alto de la ciudad, en su mirador 360º se erige como dios indiscutible del Olimpo Guanajuatense: El Pípila, una gigantesca figura de piedra de cantera rosa que desde 1939 custodia la ciudad.
El Pípila es un coloso que simboliza la valentía de un minero, de un hombre corriente hijo del pueblo. Es un tributo al héroe anónimo, que es capaz de trascender su mediocridad y enfrentarse a la muerte por defender su libertad. ¡O al menos esto me transmite a mí!.
La estatua se erige en honor a Juan José de los Reyes, quién el 28 de Septiembre de 1810, realizó un acto heroico fundamental para la Independencia de México.
El relator de la Alhóndiga me cuenta por pocos pesos, la versión larga del Pípila que me hace sonreír, pues de nuevo pone de manifiesto la dualidad guanajuatense. El relator me habla de un héroe pero también de una heroína sin la cual, quizás no se hubiera alcanzado la victoria.
28 de Septiembre de 1810
― A bote pronto, Padre Hidalgo, calculo yo que seremos unos veinticinco mil hombres.
―No está mal, amigo Allende, teniendo en cuenta que han pasado solo doce días desde el grito de Dolores y que empezamos siendo apenas seiscientos.
― Esperemos que la Virgen de Guadalupe siga de nuestro lado y nos ayude con la toma de Guanajuato, dice Allende mientras se santigua.
―Cómo no compadre, si es mucho más milagrera que la Virgen de los Remedios que portan los españoles. ¡Pero dejémonos de cháchara que aún nos queda media jornada para arribar a Guanajuato!
Bajo el mando de Hidalgo y Allende, la moral del ejército es elevada. Las consignas de una vida socialmente más justa van contagiando a los hombres de los pueblos por los que pasan.
Los españoles sin embargo viven momentos de incertidumbre y miedo, a tal punto que deciden atrincherarse tras los muros de Alhóndiga de Granaditas, un imponente edificio de piedra, anteriormente usado como granero, que parece inexpugnable.
―Haya calma por favor, exhorta el intendente Riaño a las familias españolas y criollas que lo interpelan. Somos un ejército profesional y ellos tan solo una turba.
Riaño seguido de su escueto escuadrón de veinte hombres sale de la fortaleza para aplacar lo que considera un simple motín, cuando una bala malintencionada se cuela en su ojo izquierdo provocando su muerte.
― ¡Rindámonos, nos van a masacrar!, suplican intra muros las mujeres llenas de pánico mientras, como gallinas cluecas, aprietan a su prole contras sus faldas.
― ¡Antes muertos que humillados!, rugen los militares en el interior de la fortaleza mientras preparan sus municiones.
Por una tronera, un avispado licenciado español saca una bandera blanca.
El bando insurgente, desconcertado, espera unos minutos. Tras un prolongado silencio, los rebeldes se acercan con cautela a la Alhóndiga de Granaditas. Han caído en la trampa y serán recibidos por los españoles con ráfagas de disparos y chorros de agua, mercurio y aceite caliente.
Suenan aullidos de dolor. El cerro se tiñe de rojo insurgente.
Al ver tan gran matanza, el minero Juan Jose de los Reyes Martínez Amaro, al que apodan el Pípila, coge unos trozos de madera y brea. Sus manos tiemblan pero finalmente consigue fabricar una antorcha. Su ira es más grande que su miedo.
Su intención es quemar la puerta de la fortaleza. Sabe que es la única oportunidad para que la batalla cambie de rumbo.
Las balas despeinan su cabeza, zum, zum, zum…No es fácil esquivar los disparos españoles.
Juana Márquez «la Gavina», observa la escena sin perder detalle. El Pípila es su oportunidad, la de sus hijos, la de todo un pueblo que aspira a tener una vida más digna.
Así que con voz de generala emite una orden que no admite réplica: ―Ayúdenme a cargarle esta losa sobre la espalda del Pípila.
Parapetado con un improvisado caparazón de piedra, el Pípila repta por el suelo mientras que las balas voladoras van dejando muescas sobre la piedra.
Extenuado el Pípila consigue llegar a la puerta e incendiarla. Sólo harán falta diez minutos para que el portalón ceda y la muchedumbre entre en tropel demandando venganza.
¡No habrá compasión ni con mujeres, ancianos ni niños!
―¡Clemencia, merced,! gritan los españoles desde el primer piso mientras arrojan monedas y joyas, en un vano intento de aplacar a sus captores.
Pero ya es tarde. Ha llegado el momento del ojo por ojo. El mismo rojo que unas horas antes tintó el cerró, cubre ahora el patio de la fortaleza.
A las 17’30h de la tarde, cesa el tiroteo. España no tiene más remedio que rendirse ante una alfombra de cadáveres.
A estas alturas del relato me pregunto cómo habría acabado el valiente Pípila sin el ingenio de Juana la Gavina. Es más, ¿hubiera sido posible la revolución sin las miles de mujeres anónimas que mintieron, conspiraron, escondieron, amaron, parieron y enterraron a sus hombres?
Guanajuato me hace reflexionar sobre el entendimiento al que está condenado el hombre y la mujer, necesarios desde mi punto de vista para cualquier victoria en la vida.
DUALIDAD 4: TIERRA DE MÚTIPLES IDENTIDADES
Guanajuato es una ciudad donde lo indígena y lo español permanecen en ocasiones como identidades independientes y diferenciadas mientras que en otras se maridan y fusionan de tal forma que no se percibe dónde acaba una y empieza otra.
Me doy cuenta que hay rostros puramente indios, como el de la abuela chiquita que veo sentada al inicio de la Avenida Benito Juárez. Tiene la piel apergaminada por el sol y el pelo recogido en una coleta veteada de mechones blancos. Parece muy concentrada limpiando un nopal.
―Buenos días Señora. ¿Le importa si le hago una foto?
―Claro mijita
― ¿Le puedo preguntar su nombre?
―Margarita me dicen, contesta la viejita sin dejar de pelar el cactus.
Margarita no tiene ganas de ser entrevistada, sólo cuando ella lo considera, me cuenta el día de hoy, que es idéntico al de ayer y al de anteayer. Al amanecer sale al cerro a recoger nopales. ―Voy despacito porque ando cojitranca por la edad. Pero aún me apaño bien sola. ¿Quieres comprarme unos nopales? Los más tiernos de la zona. ¡Qué tierna tú, Margarita!
Continúo mi ruta y me encuentro con una, dos, tres, cuatro… estatuas de Don Quijote y Sancho; tengo que preguntar el por qué, pues jamás he visto tal cantidad de hijos del escritor en una ciudad.
Me explican que cada Octubre desde 1972, Guanajuato celebra el Festival Internacional Cervantino y que por ello está considerada la capital cervantina de América. Durante los días del certamen, monumentos y calles se convierten en teatros improvisados donde se representan entremeses y otras propuestas escénicas, que se han ido incorporando en los últimos tiempos para dotar al festival de mayor empaque y repercusión.
¡Qué cerca siento España viendo tantos Quijotes y Sanchos y escuchado a lo lejos los acordes de una estudiantina!..
Mi paladar me dice que hay una gastronomía puramente indígena que tuve el gusto de probar en el 6º Encuentro de Cocineras Tradicionales organizado por #GtoSiSabe, pero también una riquísima gastronomía mestizada. Aprendo que la cocina local es un encuentro entre dos fogones: las ollas de barro y los calderos de hierro, donde se cocina a fuego lento, «chup, chup, chup», se cuece la feliz unión entre frutas, semillas, maíz, y legumbres indígenas con productos españoles como el pollo, vino, trigo, aceite, zanahorias, arroz… Todo se mezclará para la creación de suculentos platillos típicos de esta región como las enchiladas mineras, los tamales guanajuatenses, la carne de cerdo con chile y frijoles rojos, los platillos basados en nopales y mole o las gorditas horneadas.
DUALIDAD 5: CIUDAD DE VIDA Y DE MUERTE
Guanajuato es una ciudad llena de vida, tanto por el día como por la noche. Tiene un carácter festero, bullicioso y descarado sobre todo las tarde-noches de jueves a domingo cuando los jóvenes, y no tan jóvenes, salen como ellos dicen, a «barear».
Las opciones para una noche de parranda son múltiples y variopintas. Desde la típica cantina mexicana un tanto lúgubre, que destila vapores de tequila y mezcal, donde se escucha a cada poco: ¡otro brindis cantinero y cantemos juntos el Rey! Detrás de la barra verás al mesero y detrás de él una ordenada colección de licores alineados. Y en un rincón a la vista de los parroquianos, un urinario colgado de la misma pared que servirá de alivio a los que tengan que desaguar rápido todo el alcohol ingerido. ¡Las mujeres tendremos que aguantar hasta el siguiente garito!.
O quizás prefieras locales universitarios como el «Why no» llenos de estudiantes desbocados que desafiarán a la madrugada; ¿o tal vez seas de locales chic? Entonces el «Grill», que demanda un «dress code» elegante, será tu opción. Allí encontrarás gente muy cool y buena música electrónica para bailar hasta altas horas de la noche.
Momias de Guanajuato
Guanajuato es vida, pero no cualquiera, es vida de la buena vida. Aunque mirándola bien, también es muerte. Y si no me crees, acércate al Museo de las Momias, un macabro espacio no apto para todas las sensibilidades, que no deja de ser morbosamente interesante.
La historia de las momias de Guanajuato se remonta a 1860, cuando el cementerio de la ciudad llega a su máxima capacidad. Por esta razón, el Consistorio decide aplicar un impuesto a los parientes de los allí enterrados (tasa que por cierto siguió cobrando hasta 1958). ¡Pagada la tasa, las autoridades dejaban descansar en paz al difunto! Pero si se producía el impago, bien por falta de posibles, o por ausencia de familiares, se procedía a desahuciar al cadáver del Campo Santo.
Parece ser que el primer cadáver exhumado fue el médico francés Don Remigio Leroy, que falleció mientras estaba de visita en Guanajuato. Probablemente las autoridades no consiguieron contactar con sus familiares, la cuestión es que el galeno fue la primera víctima en ser desahuciada.
Pero algo extraño ocurrió en ese nicho 214. Cuando lo abrieron, los funcionarios se encontraron con un cuerpo momificado, que les causó miedo y fascinación a la vez. ¿Cómo era esto posible?
Parece ser que las condiciones particulares del suelo de Guanajuato, con gran proporción de nitratos, alumbre y salubridad desencadena un proceso de momificación natural; fenómeno que por su singularidad ha despertado un gran interés en la comunidad científica internacional.
En la actualidad el museo cuenta con 110 momias residentes más 36 nómadas que se encuentran de tournée por el mundo en una exposición itinerante conocida como Momias Viajeras.
Las momias que en un principio se exponían al público sin protección, fueron tan manoseadas, maltratadas e incluso expoliadas, pues eran muchos los turistas que arrancaban trozos de sus vestidos o huesos para llevarse un recuerdo a casa, que se optó por precintarlas en vitrinas que las aislaran del público, la luz y el calor garantizando así su conservación.
Como en el mundo de los vivos, también en el museo nos encontramos con momias de toda clase y condición, desde mujeres delgadas con estómagos hacia dentro a matronas de descolgados vientres y pechos, hombres de amplios tórax o alfeñiques sin complexión alguna, ancianos, niños y hasta un feto. Una de las momias que me causa más impacto es la parturienta que muestra su vientre con los puntos recientes de la cesárea. A su lado se encuentra, su bebe-feto de cinco o seis meses, perfectamente preservado y que está considerado como la momia más pequeña del mundo.
También me llama la atención el hombre apuñalado que todavía conserva manchas de sangre, la mujer china de cuencas rasgadas y el matorral púbico, perfectamente preservado de Juan Jaramillo, que en vida, debió de ser un hombre realmente peludo.
¡Pero sin duda la más espeluznante es la de la mujer que padeció un ataque de catalepsia y fue enterrada viva! ¿Cómo lo sabemos? Porque la momia se está cubriendo el rostro en una posición inverosímil para tratarse de un cadáver que hubiera sido preparado para su enterramiento.
También me impactan sobremanera las fotografías post-mortem con las hieráticas miradas de las madres dolientes con sus hijos muertos en el regazo. Son los llamados Angelitos, a quienes solían vestir de santos: San Judas Tadeo, San Martín de Porres o incluso de Virgen María…
Por cierto, no te vayas todavía, sin leer mis imprescindibles de Guanajuato (publico en breve). Escrito por Cristina Monzón - @cris_si_viaja
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Me ha parecido un artículo muy interesante. Lugar a tener en cuanta al viajar a Mexico.
Gracias y un saludo.